En su obra El Canon Occidental (1994), Harold Bloom ofrece una de las defensas más apasionadas y polémicas de la literatura clásica en el contexto del mundo académico contemporáneo. Bloom, crítico literario estadounidense y uno de los referentes más influyentes de la teoría literaria del siglo XX, presenta su canon como una lista de autores y obras que, según él, han resistido la prueba del tiempo por su originalidad, calidad estética y profundidad. Frente a los embates de la crítica cultural, el multiculturalismo y lo que él denomina como «la Escuela del Resentimiento», Bloom reivindica la autonomía del arte literario y su valor intrínseco.
El concepto de canon no es nuevo; su existencia ha sido siempre objeto de debate desde la antigüedad, pero el término «canon occidental» en la obra de Bloom adquiere un significado particular. Más que un conjunto arbitrario de obras, Bloom lo define como una selección que surge «de la lucha por la supervivencia literaria». Para él, los clásicos no son impuestos desde el poder institucional, sino que sobreviven porque poseen cualidades que los hacen destacar frente al olvido. Como afirma en uno de los pasajes centrales del libro:
“No creo que los grandes libros impongan sus valores; más bien, nos brindan la posibilidad de una voz propia, una conciencia propia en diálogo con ellos”.
Esta frase resume uno de los pilares de su teoría: la lectura de los clásicos no debe ser instrumentalizada por razones ideológicas, sino entendida como un encuentro íntimo entre el lector y las obras que moldean su experiencia. Es en este sentido donde su canon adquiere un carácter «defensivo»: responde a las amenazas de un relativismo radical que, según él, diluye el criterio estético en favor de la corrección política.
Bloom divide su obra en dos ejes principales: por un lado, establece su lista del canon, que incluye a autores como Shakespeare, Dante, Cervantes y Tolstói; por el otro, desarrolla un argumento teórico para justificar por qué estos escritores ocupan un lugar central en la tradición literaria occidental. La defensa de los clásicos, que constituye el corazón del libro, se convierte así en una crítica hacia las corrientes que buscan redefinir el valor literario bajo premisas ideológicas.
Desarrollo: La defensa teórica de los clásicos
La defensa del canon en Harold Bloom parte de una premisa fundamental: los grandes textos literarios poseen un valor estético que trasciende las contingencias históricas y culturales. Para Bloom, el propósito de la literatura no es servir como vehículo para transmitir ideologías, sino ofrecer una experiencia transformadora al lector a través de la belleza y la originalidad del lenguaje. En palabras del autor:
“Leemos no para mejorar a nuestros semejantes ni para salvar al mundo, sino para encontrarnos a nosotros mismos”.
Esta afirmación coloca a Bloom en una posición frontalmente opuesta a las corrientes críticas contemporáneas, como el marxismo literario, el feminismo radical o los estudios poscoloniales, que tienden a interpretar la literatura en términos políticos. A estos movimientos, Bloom los denomina “la Escuela del Resentimiento”, un término polémico pero central en su teoría. Según él, estos enfoques reducen la literatura a una herramienta ideológica y olvidan el elemento estético que define la verdadera grandeza de una obra.
Bloom sostiene que el canon es, ante todo, una cuestión de influencia literaria. Siguiendo a figuras como Samuel Johnson y el propio T.S. Eliot, el crítico argumenta que los escritores clásicos no solo sobresalen por su originalidad, sino también por su capacidad de influir en las generaciones futuras. Así, Shakespeare, a quien Bloom considera el centro absoluto del canon occidental, no solo creó personajes inolvidables, sino que estableció un modelo literario que influyó en toda la literatura subsiguiente.
“Shakespeare inventó lo que entendemos por ser humano. La introspección, la conciencia de uno mismo, la voz individual, todo surge de su obra”.
Para Bloom, la influencia shakespeariana no tiene parangón, y este es un criterio esencial para su defensa de los clásicos: una obra entra en el canon porque es capaz de dialogar con otras obras, marcar un antes y un después en la tradición literaria y generar nuevas formas de expresión.
Además, Bloom defiende el concepto de canon como un espacio de competencia, no de exclusión. La literatura, para él, es una “guerra de talentos” en la que solo sobreviven las obras que logran imponerse por su fuerza imaginativa y estética. Al respecto, escribe:
“La literatura no es democrática; no todas las obras son iguales, y no todas pueden aspirar a la inmortalidad”.
Esta postura, aunque controvertida, subraya la independencia de la literatura frente a cualquier agenda política o social. Para Bloom, el valor de una obra no reside en quién la escribió, ni en las circunstancias históricas de su producción, sino en su capacidad para conmover, desafiar y transformar al lector.
El Canon Occidental de Harold Bloom representa una defensa apasionada de la literatura como una experiencia estética y personal. En un contexto en el que la crítica literaria se ha visto dominada por enfoques ideológicos, Bloom reivindica la autonomía de los clásicos y su valor como obras que han resistido la prueba del tiempo. Su canon, aunque polémico, no pretende ser un dogma cerrado, sino una propuesta para entender la literatura como un espacio de diálogo y transformación.
Al rescatar figuras como Shakespeare, Dante, Cervantes y Tolstói, Bloom nos recuerda que los clásicos son más que textos del pasado; son obras vivas que siguen dialogando con nosotros, moldeando nuestra visión del mundo y de nosotros mismos. Así, en palabras del propio autor:
“Los grandes escritores no necesitan ser justificados; su grandeza está ahí, esperando a ser descubierta por cada nueva generación de lectores”.
Harold Bloom, con su profunda erudición y su inquebrantable amor por la literatura, nos invita a acercarnos a los clásicos no como reliquias de un tiempo perdido, sino como fuentes inagotables de conocimiento, belleza y autodescubrimiento.