El derrocamiento del presidente sirio Bashar al-Assad marcó un cambio significativo en el panorama político de Siria tras más de una década de guerra civil. Este evento, ocurrido a finales de 2024, estuvo influenciado por la compleja interacción de actores locales e internacionales, incluyendo facciones rebeldes con vínculos a grupos extremistas como Al Qaeda y remanentes de ISIS.
Contexto previo al derrocamiento
Bashar al-Assad había mantenido el control del país con el apoyo de aliados como Rusia e Irán, mientras combatía a una amplia coalición de grupos insurgentes y yihadistas. Sin embargo, las crecientes tensiones internas, junto con presiones internacionales y avances de las fuerzas rebeldes, llevaron a un colapso de su régimen en diciembre de 2024. Assad, según informes, huyó a Moscú en busca de asilo político.
Principales actores involucrados
- Mohamed al-Bashir: Tras la caída de Assad, Mohamed al-Bashir, líder del llamado «Gobierno de Salvación Nacional», asumió como jefe de una administración transitoria respaldada por facciones rebeldes moderadas y por Turquía. Al-Bashir prometió estabilizar el país, aunque enfrenta críticas por la falta de representación de minorías como los kurdos.
- Grupos yihadistas: A pesar de su declive en años recientes, grupos como ISIS y afiliados de Al Qaeda resurgen en áreas rurales del noreste y noroeste del país. Estos grupos han aprovechado el vacío de poder para recuperar influencia, especialmente en provincias como Idlib, donde se consolidaron tras la retirada de fuerzas gubernamentales.
- Fuerzas Democráticas Sirias (FDS): Esta coalición liderada por kurdos, que anteriormente contó con el apoyo de Estados Unidos, mantiene el control de grandes territorios en el noreste. Sin embargo, han enfrentado tensiones con los rebeldes respaldados por Turquía, quienes buscan expandir su control en la región.
- Turquía: Ankara jugó un papel clave al respaldar a facciones rebeldes y coordinar ofensivas contra fuerzas gubernamentales y kurdas. Turquía busca consolidar su influencia en el norte de Siria y prevenir un resurgimiento kurdo que pueda amenazar su seguridad nacional.
Pronóstico y desafíos
Aunque la caída de Assad marcó un cambio significativo, el futuro de Siria sigue siendo incierto. El nuevo gobierno enfrenta retos como la reconstrucción del país, el restablecimiento del orden y la contención de grupos extremistas. Además, las divisiones entre facciones rebeldes y la oposición kurda complican la posibilidad de una transición pacífica y estable.
En el plano internacional, Rusia ha mantenido su interés en la región, mientras Estados Unidos y otras potencias observan con cautela la evolución de los acontecimientos. En este contexto, el riesgo de una fragmentación mayor de Siria persiste, al igual que la posibilidad de que el conflicto escale en áreas clave del país.
La dinámica entre Turquía e Irán en el conflicto sirio es una pieza central para comprender la guerra civil y sus repercusiones geopolíticas. Ambos países tienen intereses estratégicos en Siria, pero sus enfoques divergen significativamente.
Turquía: el guardián del norte
Turquía ha establecido una fuerte presencia en el norte de Siria, especialmente en Idlib y otras zonas fronterizas. Desde 2016, Ankara ha lanzado operaciones militares significativas, como Escudo del Éufrates, Rama de Olivo y Primavera de la Paz, con el objetivo de contener a las milicias kurdas, consideradas una amenaza directa por sus vínculos con el PKK. Además, ha desplegado tropas y respaldado a facciones opositoras al régimen sirio, como el Ejército Nacional Sirio (ENS), para mantener una «zona segura» en la región. Esto le permite gestionar el flujo de refugiados hacia su territorio, donde ya acoge a más de 3.6 millones de refugiados sirios, y aumentar su influencia geopolítica en la región.
En Idlib, Turquía ha jugado un papel crucial en la negociación de treguas con Rusia, como el acuerdo de alto el fuego de 2020, aunque estas han sido frágiles y violadas constantemente. En los últimos meses, Turquía ha intensificado su cooperación con grupos rebeldes y milicias locales, buscando contrarrestar los avances del régimen de Assad, respaldado por Rusia e Irán. Esta presencia también le permite ejercer presión en las negociaciones internacionales, manteniendo su posición como un actor clave en la resolución del conflicto.
Irán: el soporte del régimen
Por otro lado, Irán ha sido un aliado incondicional del régimen de Bashar al-Assad desde el inicio del conflicto. Teherán ha proporcionado apoyo militar directo a través de la Guardia Revolucionaria Islámica y ha movilizado milicias aliadas, como Hezbollah y grupos chiitas de Irak y Afganistán. Este respaldo ha sido esencial para que el régimen recuperara áreas estratégicas, como Alepo en 2016, y consolidara su control en regiones clave del país.
Además, Irán ha utilizado Siria como un corredor estratégico para conectar su territorio con Hezbollah en el Líbano, fortaleciendo su «eje de resistencia» frente a Israel y Occidente. Sin embargo, esta influencia ha provocado tensiones con otros actores en Siria, incluyendo Rusia y, en menor medida, Turquía. Irán también ha enfrentado desafíos internos para sostener su presencia militar en Siria debido a presiones económicas y críticas internacionales.
Intereses en conflicto y colaboración forzada
Aunque Turquía e Irán tienen objetivos diferentes, ambos han participado en el proceso de Astaná junto con Rusia, buscando coordinar acciones en Siria. Esta colaboración es más una necesidad táctica que un alineamiento estratégico, ya que ambos buscan evitar conflictos directos mientras persiguen sus intereses particulares.
Turquía intenta frenar a las milicias kurdas y gestionar la crisis de refugiados, mientras que Irán busca fortalecer el régimen de Assad y expandir su influencia regional. Este delicado equilibrio, sin embargo, se ve constantemente desafiado por los cambios en el terreno, las tensiones internacionales y los movimientos de otros actores, como Estados Unidos e Israel.